África es la madre de la humanidad; el género humano parece haber olvidado su origen.
Fue en África donde nuestros antepasados antropoides cursaron hace unos 350.000 años el problemático paso hacia la humanidad: desde la recolección y la cacería a la agricultura y la ganadería en gran escala y al sistemático aprovechamiento de las aguas.
Allí generaron la escritura, el calendario, la astronomía, las matemáticas, la geometría, las gigantescas obras de embalse, canalización y regadío que posibilitaron masivos cultivos de cereales que alimentaron a los constructores de arquitecturas titánicas en pie todavía.
Así organizaron grandes sociedades estratificadas, con castas de escribas especializados en la escritura, el cálculo, la geometría, la observación astronómica, la legislación y la administración tributaria.
Sus civilizaciones vivieron y crecieron en simbiosis con los cursos de agua, unidad técnica y económica que propició la unidad política entre los reinos del Alto y del Bajo Egipto.
Pero esta magnífica maquinaria civilizatoria que acompañó a los grandes ríos no pudo extenderse más allá del sistema de canales de regadío construido alrededor de sus cauces.
En contraste, el panorama cultural y civilizatorio del resto del África fue y es todavía el de la más extrema y proliferante diversidad.
Mientras que en Europa el poder cultural se unificó a partir del siglo IV alrededor del cristianismo, y el político en torno al Imperio Romano, al Sacro Imperio Romano Germánico y finalmente a la Unión Europea, en el África posterior a los grandes imperios hidráulicos y a la dominación del área del Mediterráneo por los griegos desde el 322 AC y los romanos desde el 30 AC, la dispersión económica, social, cultural y política parece haber sido la regla.
Infinidad de sociedades tribales, a veces antagónicas, conservan más de 3.000 idiomas y en general culturas propias e idiosincráticas.
A partir de la invasión árabe del Magreb en el 642 después de Cristo, el Islam dominó religiosamente significativas porciones del territorio africano, pero nunca constituyó un sistema político unitario extendido por la mayor parte del continente.
Desde 1415 los lusitanos capturan Goa e instalan enclaves en las costas africanas buscando el acceso a la India.
Poco después se plantea uno de los procesos más enigmáticos de la modernidad: el volcamiento de España, y luego de Portugal, Francia, Inglaterra, Holanda y Dinamarca hacia la conquista de la para entonces remotísima América, pasando por alto la cercana África, a poco más de un día de navegación por el Mediterráneo.
Quizá la causa de ello fuera el que los musulmanes habían constituido fuertes Estados en el Norte de África, que compitieron con los europeos por el dominio naval del Mediterráneo y territorios adyacentes.
Las legendarias riquezas de América, el mito de El Dorado, el oro robado a México y la plata arrebatada al Perú detonaron una rebatiña contra pueblos militarmente débiles que apenas se iniciaban en la metalurgia y no dominaban las armas de fuego.
El exterminio de gran parte de los pueblos originarios de América originó la carencia de mano de obra que propició el infame comercio del Triángulo: mercaderes que levaban anclas de puertos europeos compraban esclavos en los africanos; vendían a estos desdichados en el Nuevo Mundo y tornaban a Europa cargados de riquezas americanas.
La mayoría de las víctimas eran capturadas por otros africanos, a veces en las guerras tribales, a veces por musulmanes traficantes de esclavos.
Esta macabra operación secuestró unos 60 millones de africanos, de los cuales llegaron vivos a América apenas unos 12 millones por las violencias, privaciones y maltratos del viaje.
Tal contingente es en gran parte responsable de la producción y recolección de las riquezas de América enviadas a Europa, según Carlos Marx una de las causas fundamentales de la acumulación primitiva que originó el capitalismo.
También africana es la mano esclava que motorizó el llamado “Imperialismo Verde”: el apogeo de las grandes plantaciones americanas y caribeñas que siguieron nutriendo a Europa tras la rapiña que casi despojó a América de metales preciosos.
Africana es la primera rebelión independentista exitosa de América: la de Haití, que a partir de 1791 erradica la esclavitud y derrota a las mejores tropas de Bonaparte.
Quizá por ello el gran saqueo colonialista del África apenas arranca a finales del siglo XVIII, con la expedición de Napoleón contra Egipto y Siria en 1798.
Décadas después, las potencias europeas colonizan la casi totalidad del Continente Negro, avasallándolo con su técnica militar superior y sus armas de fuego. Portugal, España, Inglaterra, Francia, Bélgica, Italia, Alemania participan en el tumultuoso saqueo, estableciendo fronteras convenientes para sus intereses que para nada respetan la geografía, demografía o culturas locales.
En los territorios avasallados despojan a los nativos de sus recursos naturales y tierras y les cargan un impuesto de capitación por el solo hecho de vivir, para obligarlos a trabajar como mano de obra barata en las minas y plantaciones de los colonos. El colonialismo cultural implanta la religión, el idioma, los valores y la cultura de las metrópolis, mas no su grado de desarrollo ni de autodeterminación soberana.
Estos pueblos brutalmente subordinadas sin embargo plantan las semillas esenciales de la cultura moderna. De las máscaras africanas nace la pintura cubista contemporánea; de la melodías negras surgen los blues, el jazz, el rock and roll y las folías, y las disonancias y ritmos percutivos de Stravinski; toda una cultura latinoamericana y caribeña brota de los crisoles del mestizaje étnico y lingüístico. Africanos son nuestra sangre, nuestros santos y nuestros festejos; casi todo lo popular lleva el mismo sello.
Sólo tras arduas luchas descolonizadoras que se intensifican desde la Segunda Guerra Mundial llega África a su situación actual, con 54 Estados soberanos que dificultosamente intentan coordinar multitudes de sistemas políticos y económicos, culturas, religiones y lenguajes.
El Pensamiento Único mantiene dividida, fragmentada y desunida cultural, económica y políticamente a la Madre África que originó al Único género humano.
Todos somos África, mientras la desunión subsista.
Por Luis Britto
Tomado de REDH